El viernes fui a un restaurante a comer. Al cabo de un rato, llegaron cuatro chicas a tomar un café. Eligen una mesa redonda, algo apartada de la entrada pero con buena iluminación; miran la carta y piden un par de zumos, un par de cafés y unos trozos de tarta.
La conversación entre ellas es inexistente, tienen las caras pegadas al móvil, tecleando sin parar, hasta que llega la comida. En ese instante comienza el show: se ponen de pie, empiezan a reordenar la mesa y montan un bodegón digno de una sesión de fotos profesional. Cuando todo está listo y perfecto, dos de ellas hacen fotos con el móvil mientras otra, con un dispositivo en cada mano, las ilumina mediante el flash de ambos móviles, y la cuarta sujeta en equilibrio algunos adornos. Se ríen y conversan hasta que el diálogo sube el tono y el resto del restaurante no puede/podemos evitar mirar esa escena, ojipláticos, mientras una de ellas dice (literalmente): «con lo que odio el café pero lo voy a petar en Instagram con esta foto», y las demás ríen y aplauden. Los camareros, también atónitos, intentan seguir a lo suyo mientras el circo alrededor de esa merienda va cobrando importancia.
Una vez hecha la foto (conste que la he intentado buscar por geolocalización en instagram pero no he dado con ella), todo ese espectáculo se desvanece, la luz se apaga y cada una vuelve a la introspección de su teléfono, sin mirarse entre ellas, sin hablar. Conclusión: la comida como elemento estético, o cómo Instagram y la tecnología han cambiado la manera en que comemos e interactuamos en la mesa.
La comida como elemento estético, o cómo Instagram y la tecnología han cambiado la manera en que comemos e interactuamos en la mesa.
Esto que os comento es tan solo un ejemplo de algo que sucede habitualmente en restaurantes, bares y sitios donde en teoría vamos a socializar. Esa moda de «me lo pido porque queda bonito delante de la cámara» comienza a rozar extremos absurdos en el mundo 2.0; la manera en que ha transformado el qué comemos, cuándo y cómo lo hacemos para convertirlo en mera pose.
Seguro que no recordáis cuándo fue la última vez que tuvisteis una conversación con alguien sin mirar el móvil de reojo cada pocos minutos o fotografiar el plato de turno. Lo bueno de las comidas son las conversaciones alrededor, las sobremesas, esas largas que siempre hay alrededor del café y los postres, esas en las que suceden las charlas más importantes y más mágicas, siempre. Hemos perdido una sana costumbre y un valor esencial e importante en las relaciones con los demás. Y personalmente, me parece de lo más triste que estén condenadas a la extinción por culpa de la tecnología, o al menos en riesgo.
El phubbing, como se denomina esta práctica, está a la orden del día. Ignorarnos entre nosotros para mirar el móvil continuamente -haya o no notificaciones- es una nueva forma de relación social, que, por desgracia, está matando a la verdadera interacción entre los individuos, ya que está bien visto, no es de mala educación y siempre hay una excusa para hacerlo. Contad las mesas de un restaurante donde haya una conversación, pero una en condiciones. ¿Ninguna, verdad? Es curioso como en pocos años hemos transformado la manera de ver el mundo gracias a la tecnología, y cómo poco a poco nos vamos acostumbrando a las nuevas realidades que se crean alrededor, tan inmediatas y a veces vertiginosas.
Debido a este boom de la incomunicación, en Londres han abierto un restaurante donde el uso del móvil está vetado. La cadena The Tea Terrace Restaurants and Tea Rooms quiere recuperar ese amor por hablar, por conversar. El Phonetentiary es una especie de caja-cárcel en forma de libro donde guardar el teléfono bajo una combinación que sólo los camareros conocen (y así, claro, no caer en la tentación). Es voluntario, por supuesto, y puedes sacarlo cuando quieras, aunque cuanto más aguantes, mejor. El objetivo: que sus clientes disfruten como se merece de las comidas sin distraerse y se centre en lo importante. Como ellos mismos dicen: «Queremos traer de vuelta las buenas conversaciones que había antes».
Conste que soy la primera que fotografía lo que pide para comer y suelo mirar el teléfono aunque esté con más gente, pero es cierto que cada vez lo hago con menos frecuencia porque me siento más molesta con la incomunicación.
Así como una de las tendencias de este año es esa comida «insta-ready» y en la gastronomía se están haciendo eco de la importancia de las fotos y de esa imediatez e impacto, deberíamos escapar de lo propuesto y hacer un «back to basics» como dicen acertadamente los americanos. Volver a los inicios; no es que ahora tengamos que odiar la tecnología, en absoluto, pero convivamos con ella de manera respetuosa para así, prestar más atención a lo que pasa a nuestro alrededor, a ese amor por las pequeñas cosas donde, al final, descubres mucho más del mundo.
Ver Todos